Jesús se encuentra con una Samaritana (los samaritanos eran despreciados por los judios) y le pide de beber, le pide un poco de aquello que esa mujer le podía ofrecer, tan sólo un poco de agua de esa que sacaría del pozo. La intención de Jesús no era tomar agua sino revelarse como el Mesías, el Cristo, poseedor de una agua pura.
La mujer cree que Jesús es el Mesías que había de venir porque aun en su condición de pecadora, la acepta tal y como es y se ofrece a ella como el agua viva. La samaritana va y comunica a todos los de su pueblo que ha visto al Mesías y todos van a Cristo; al verlo y escucharlo creyeron en Él.
El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nuca más tendrá sed; el agua que yo daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar vida eterna.(Jn., 4, 13-14) Cristo ofrece un agua viva que purificará a todos los que beban de ella, el agua viva que ofrece es el amor misericordioso por medio del perdón. Todos los que acuden al Sacramento de la confesión, son perdonados por Dios a través del sacerdote y reciben el agua viva de la vida eterna.
En el tiempo de cuaresma, ahora que nos aproximamos a la III semana, Jesús nos invita a purificarnos con su perdón, no sólo para limpiar nuestra conciencia sino también para ser un manantial capaz de dar vida eterna. Ser como la Samaritana que fue a anunciar a todos los de su pueblo que había visto a Cristo.
Invitados a beber del agua viva de Cristo y ser manantiales para otros significa:
-Reconciliarnos con Dios en el Sacramento de la Confesión.
-Perdonar a todos los que nos ofenden.
-Acoger la Palabra de Dios en la propia vida.
-Transmitir a otros el agua viva con las relaciones fraternas.
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